viernes, 25 de enero de 2008

Mundos

Por calles transitadas y abarrotadas de gente, en los metros y buses hacinados los unos encima de los otros transcurren presurosos al ritmo vertiginoso que impone el dominio de la supervivencia en un mundo hostil. De cuando en cuando nos engulle el metro, después por su boca estridente nos escupe al barullo de la vida. Por calles intrincadas pobladas de negocios caminamos presurosos, hombres al lado de hombres. Nuestras respiraciones se mezclan entre sí, nuestros pasos se confunden y pierden en el infinito derrotero humano. De los bolsillos se sacan tabacos, al oído se llevan audífonos para adormecer el viaje con canciones de moda, de la cartera o de la mochila se saca algún libro; empujándonos con los codos nos abrimos paso por encmina de los fantasmas apurados. La necesidad de llegar a algún destino exige intercambiar sólo avaras palabras. Y todos juntos en ese mar impersonal, siempre solos, somos aquello que se llama sociedad. Cada uno por su propia cuenta camina siguiendo su propio itinerario, sin conocerse los unos a los otros, caminamos sin advertir que no podríamos hacerlo sin los otros, tan necesarios como desconocidos. Detrás de cada rostro hay un mundo más infinito que el impersonal que formamos al rozarnos el uno al otro. Un mundo que tiene mucho que ver siempre con los otros mundos. Nadie es tan extraño que no se pueda saber nada de él, ni tan común que no guarde una identidad, aún oculta para el mismo individuo. Detrás de esos rostros con gesto adusto, detrás de esa mirada huidiza y apurada, detrás de esas mil formas de eludir y correr deprisa no para llegar sino para salir nuevamente, más allá de todas las imagenes y configuraciones que dibujan las ajetreadas jornadas de hombres y mujeres, allí oculto hay un mundo al que sólo pueden llegar los que descubrieron su propio mundo.

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