jueves, 1 de octubre de 2009

El deseo y lo deseado, la espera y lo esperado

El momento previo o el antes a la consecución de algo, la preparación, el momento de espera, de expectativa se suele vivir con más intensidad y es más extensivo o requiere mayor tiempo de dedicación, empeña la mayor atención y cuidado que el mismo momento de la consecución, que el momento de lo procurado, de la obtención de lo esperado: El destello fulgurante de lo buscado, de lo esperado, la expectativa que suscitaba lo deseado, la “promesa” de plenitud que cargaba esa expectativa, esa espera en el mismo momento de su “paroxismo” o euforia, de su obtención, de su vivencia actual se descubre, efímero, revela su caducidad: Lo gustado ya está gastado.


La “espera” – el momento de la expectativa – invierte las fuerzas del espíritu, empeña la atención de todo el hombre, direcciona toda sus intereses, lo “esperado” – el momento de lo conseguido – hace gustar un cierto destello de lo que prometía, pero no es lo que prometía: Prometía más – mucho más – de lo que podía dar. En este sentido la espera es mayor que lo esperado, la expectativa es más grande que la euforia.


En todo esto el hombre sabe y experimenta una y otra vez que su espera, su deseo siempre es más grande que lo que quiere, que lo que puede y que lo que consigue. Siempre quiere más de lo que puede experimentar, por eso su deseo está siempre insatisfecho y por eso siempre está pronto a emprender nuevas búsquedas, nuevos cometidos: Su recorrido constante, su trama continua es ir de espera en espera (una vez conseguido lo esperado), es ir de expectativa en expectativa para aplacar la urgencia del deseo – aunque se sepa que jamás se dará plena y total satisfacción a su deseo ya que después se experimenta la incongruencia entre éste y lo conseguido – , distraer o darle al menos un pequeño gusto, “hacerle gustar” (=anhelar) su plentitud en “pequeños momentos de gran felicidad” – y de esto se vale gran parte de la economía actual: se ofrecen al hombre y mujer hodiernos “pequeños momentos de gran felicidad”, se les venden “el paraíso”, se les ofrecen productos mágicos que hacen tocar el cielo – . Aquí queda implícita la conciencia o mejor queda explícita la evidencia de que no existe – al menos en este mundo – la total correspondencia entre la espera y lo esperado, la congruencia total entre el deseo y lo deseado, la total satisfacción del deseo: Por el contrario, se experimenta una desproporción estructural entre el deseo y lo deseado, se experimenta mayor la espera que lo esperado, se descubre la triste realidad que el mundo no corresponde al deseo del hombre.


La falta de correspondencia total, la incongruencia estructural entre el antes y el después de la promesa y lo prometido, de la espera y lo esperado, de la expectativa y la euforia suscita o hace surgir en el hombre la conciencia del absurdo existencial, de la contradicción pura y dura.


Lo característico del concierto del grupo/banda de música o cantante favorito, del encuentro o la gran cita con la persona amada, del fin de semana esperado para salir con los amigos de farra, de la obtención del campeonato del equipo de futbol del que se es hincha, de la compra de un objeto que se deseaba desde hacía tiempo, de la culminación de un trabajo o proyecto en el que se empeñó harta energía y dedicación, del viaje a ese lugar soñado de vacaciones, de la expectativa por encontrarse con aquella persona que se conoció por internet, etc., etc., lo característico de todas estas experiencias de euforia, el denominador común de todos estos momentos de cumplimiento y consecución es que llevan siempre la marca de su caducidad, la huella de su “efimeridad”, la impronta de su finitud, se revelan limitados precisamente en el momento en que se les está experimentando, a la vez que hacen saltar el corazón por la promesa que cargan – ofrecen más de lo que pueden dar – llevan su fecha de vencimiento y se extingen en el mismo momento de su paroxismo, de su euforia: una vez gustados ya quedan gastados.


La intensidad que se experimenta en los precisos momentos en que se vive esas consecuciones resulta menor en duración, tiempo, es decir extensivamente que la espera y la preparación, además de ser menor también en correspondencia estructural, es decir incongruente con lo previo, con lo que se esperaba; así la expectativa o la espera resulta mayor que la euforia en intensidad temporal (finita) y en correspondencia ontológica (infinita) ya que implícita e inconscientemente todo deseo y toda espera lleva inscrita en su misma esencia el anhelo de eternidad: lo que se desea se quiere que sea eterno.


Cuando desaparece el momento de euforia, del paroxismo que suscitó el encuentro con lo esperado, con lo deseado, cuando “todo vuelve a la normalidad”, a la cotidianidad, cuando aquél efímero deleite termina el deseo, la espera vuelven a verse insatisfechos y entonces el hombre va en procura de nuevos momentos de satisfacciones (momentos de gran felicidad), el hombre vuelve a desear y esperar uma vez más como si estuviera condenado a vivir en continua insatisfacción y frustración, como si no pudiera deshacerse de ese deseo y así verse obligado a cargarlo por toda la vida; entonces al no poder anularlo del todo, al no poder exitirparlo de su corazón el hombre de hoy se sirve de él, de la energía que comporta su deseo para sus intereses más bajos, es decir cosifica su deseo y lo reduce a sus intereses - lo menor en él se sirve de lo mejor – cayendo así en un circulo vicioso: desea lo que no puede y pretende colmar o aplacar lo imposible, lo mayor con los deseos más bajos, con lo menor, exacerbando de este modo aún más su deseo de algo mayor y ahora más urgente que lo satisfaga, mas viéndose siempre en la imposibilidad de responderlo o corresponderlo. Sin embargo, si lo que el hombre desea es mayor que lo que él puede y consigue, entonces él no es el autor de ese deseo y de esa espera puestos en él; no puede ser autor de algo mayor que él mismo. Ese deseo y esa espera se evidencian infinitos, de naturaleza in-temporal e in-espacial: todo deseo quiere eternidad. El dinamismo intrínseco de la expectativa, de la espera y del deseo reclaman ser duraderos porque se sabe o se supone que lo deseado es un bien mayor que se quiere aprehender y en el que se pretende encontrar la satisfacción total. Lo que el hombre desea es algo que considera un bien grande capaz de proporcionarle uma satisfacción total, hacerle casi tocar el cielo. Aquí de evidencia una relación intrínseca entre el deseo y el bien sumo que sería la ecuación de la felicidad, que en último termino es a lo que aspira todo corazón humano.

domingo, 30 de agosto de 2009

viajar como descubrimiento de lo diferente

Sí ... definitavemente viajar ensancha el horizonte, abre mundos y amplía la comprensión de la realidad. Por eso amo viajar y conocer mundos, descubrir formas de relacionarme con lo real y los códigos que expresan esa relación, me fascina conocer gente de diversas culturas y lenguas, conocer lugares parecidos y distintos. Creo también que la rutina y el sedentarismo - el afincamiento en un sólo lugar - atrapa la mente, las personas que no salen de su círculo tienden a ser prejuiciosas, no todos pero es una tendencia. Conocer lo diferente es descubrir que lo propio no es la medida de lo demás. Los prejuicios y las sospechas mutuas que existen entre pueblos se descubren infundadas cuando se sale de la propia frontera y se adentra en ese mundo desconocido, pero prejuzgado. Basta viajar y ver que los mismos males y las mismas virtudes pertencen a todos los pueblos. Viajar es cultura porque rompe los muros de los prejuicios y ensancha el horizonte de la razón, además de relativizar el propio punto de vista (es uno más).
La apertura a lo otro y diferente (el ponerse en los zapatos del otro, en el contexto de lo diferente) sin contenidos previos, cargados y asumidos como instancias referenciales (medida-patrón que casi siempre es una percepción o sensación propia: "me parece", "yo creo", "me da la impresión" - los prejuicios -) constituye ciertamente el punto de partida para conocer y comprender aquello que se mira sin teñirle del color del propio prisma con el que se le ve.

miércoles, 8 de abril de 2009

Sin Saber

Sin saber que había otro en tu vida
puse mis ojos en ti sin saber
sin saber fueron pasando los días
y te hice dueña mia sin saber, sin saber
sin saber que no podias amarme
sólo me puse a soñar sin saber
sin saber eran felices mis sueños
porque me hice tu dueño sin saber, sin saber
sin saber todo ocurrió sin saber
y mientras yo te queria tú le querias a él
y ahora que hago yo
y ahora que voy hacer
si tú estas enamorada y yo estoy sin tu querer
todo fue un sueño, me hice tu dueño
todo ocurrió sin saber
pero qué cosas tiene la vida
yo enamorado de ti, tú enamorada de él
sin yo saberlo me hice tan tuyo y hoy estoy sin tu querer
nada costaba soñar tan sólo te quise amar y ahora que voy hacer
sin saber puse mis ojos en ti fueron pasando los días y de ti me enamoré
y ahora que voy hacer y ahora que hago yo
he despertado de un sueño bonito que en pesadilla termino

(Jhonny & Ray)

jueves, 2 de abril de 2009

La fuga de Sí

Hace más de 400 años Pascal describió lo que era el ambiente de su tiempo y una de las categorías que definían entonces las existencias de los hombres de ese tiempo era la "di-versión" - dirigir la mirada hacia algo -. Indicando con ello la inmersión en el que el hombre se enfrascaba para no enfrentarse con su vacío interior ni con el problema inquietante de su existencia. Desde semejante perspectiva, también el quehacer profesional, la política, los negocios, los agotadores periplos por internet, todo lo que hacemos, pueden vivirse como "di-versión".

"Por eso - escribió Pascal - el juego y la conversación de las mujeres, la guerra, los grandes empleos, están tan solicitados. No porque ahí se encuentre la felicidad, ni porque uno se imagine que la verdadera dicha sea (...) correr tras una liebre que, si nos la ofrecieran en el mercado, la rechazaríamos. No es este uso suave y apacible y que nos deja pensar en nuestra condición lo que se busca, (...) sino el ajetreo que nos impide reflexionar y nos di-vierte. Razón por la que se ama más la caza que la presa. De ahí viene que los hombres aprecien tanto el ruido y el alboroto; de ahí que la prisión sea un suplicio tan horrible; de ahí que el placer de la soledad resulte incomprensible (...). Eso es todo lo que los hombres han podido inventar para ser felices".

Un gigantesco y trágico juego para entretenerse ilusoriamente día tras día y no mirar hacia dentro. Un grandioso y complicado pasatiempo con un precio muy alto: la fuga de sí mismos. Y advierte Pascal: " La única cosa que nos consuela en nuestras miserias es la diversión, que sin embargo, es la mayor de nuestras miserias. Porque nos impide principalmente pensar en nosotros mismos".

Hoy como en la época de Pascal muchos temen por encima de todo el momento en que alrededor suyo se apaga el rumor ensordecedor que lo ha acunado durante la jornada, y se queda a solas con el silencio. Por eso, cuando sale de la empresa o de la oficina o del ambiente laboral, no busca sino algo que "hacer": se hunde en la algarabía de un bar superpoblado o de una discoteca, y un poco más tarde, al llegar a casa, se deja arrullar por el televisor, para acabar yéndose a dormir entre las melodías de la estación radial favorita. Mucha gente vuelve a casa tan agotada que sólo tienen un deseo: estirar las piernas y descansar ( lo que muchas veces significa ver la televisión ).

Qué triste y empobrecida queda una vida en la que esclavizarse y descansar son los únicos polos de la existencia. Donde las relaciones con los demás queda excluida o reducida a mera función.

Lo que en el tiempo de Pascal eran las diversiones - entendida como fuga de sí mismo - ahora lo son manifestaciones distintas, pero la actitud de fondo sigue siendo la misma: el frenético movimiento de la oficina o de las clases, bibliotecas y cafeterías masificadas en la universidad no son muy distintas del hormiguero de una playa o una piscina repletas de bañistas o de una plaza pública tomada por los jóvenes en las noches del fin de semana; el tráfico caótico de los días laborales no hace sino traslarse, en los festivos, a las autopistas que conducen a las playas y demás lugares de recreo. Y así todo lo demás. Siempre la misma ansia, idéntica prisa, igual tensión en relación con las personasy las cosas.

Humanidad que se agita, se angustia, se exalta en una carrera hacia metas que, una vez alcanzadas, dejan insatisfechos y desilusionados, nuevamente inquietos, deseosos de lograr otros objetivos. como el cazador al que no le gusta la liebre y que, después de tanto esfuerzo por rastrearla y matarla, la tira sin disimulo para buscar otra distinta: la eterna sensación de insatisfacción. Una vez alcanzado lo procurado queda desgustado y se vuelve a sentir la necesidad de ir por otra cosa nueva y siempre así cíclicamente.

miércoles, 25 de febrero de 2009

La admiración en las cosas cotidianas

Como ha escrito Miguel Angel Martí en su ensayo titulado "La admiración" (Eunsa, 1997), todo hombre, por el mero hecho de serlo, se siente llamado a interpelarse y a interpelar la realidad que le rodea; y sin admiración, su vida se convierte en algo anodino, termina perdiendo sentido.
No es la vida quien enseña, lo que realmente enseña es la lectura que nosotros hagamos de ella. No es suficiente ver las cosas, es necesario mirarlas bien para descubrir ese algo de nuevo que siempre llevan consigo, y se necesita tener un alma joven y una sensibilidad bien cultivada para mantener el espíritu receptivo a esos guiños con que la realidad nos sorprende de continuo.
También es vital aprender a admirarnos de las personas. No se trata de confundir la admiración con la ingenuidad, ni de tener una visión bobalicona de la vida. Se trata de ver con buenos ojos a la gente. Si logramos fijarnos un poco más en los aspectos positivos de cada persona, tendremos oportunidad de admirarlos, y con ello, les haremos y nos haremos mucho bien.
¿Y qué obstáculos hemos de superar para admirar a una persona que conocemos? El primer obstáculo es el acostumbramiento, que incapacita —si uno no se resiste a él— para ver en la otra persona cualquier cosa que no sea lo ya sabido: se adivinan las contestaciones, se presupone determinada actitud, se dan por supuesto ciertos comportamientos, no se contempla la posibilidad de que el otro cambie y actúe de forma distinta a la prevista, no se da ninguna posibilidad de cambio. Otro obstáculo importante es la tendencia a infravalorar a las personas; o anteponer siempre sus hechos pasados a los presentes, y tener más en cuenta lo que era que lo que es; o fijarnos y recordar más los aspectos negativos que los positivos.
La rutina —sigo glosando a Miguel Angel Martí— es la gran arrasadora de nuestra vida. Sólo quien es joven de espíritu ganará la batalla al cansancio de la vida. El hombre ha de precaverse contra el desencanto, el acostumbramiento y la rutina, y en ese ejercicio se juega la ilusión por vivir. La vida en algunas ocasiones se nos manifiesta alegre y divertida, pero en otras muchas hemos de ser nosotros, con nuestros recursos interiores, quienes tenemos que dar un sentido positivo a lo que en un primer momento no lo tiene.
Quien es capaz de iniciar cada día con una visión nueva, consigue hacer realidad el milagro de sorprenderse ante cosas que le son muy familiares, pero no por eso dejan de manifestarse como recién estrenadas. Nuestra vida puede compararse a quien lee un pasaje de una novela en la que se describe una calle; el lector queda admirado por su belleza, pero al poco tiempo se da cuenta de que aquella calle, que tanto le ha gustado, es muy parecida a la suya, que hasta entonces le pasaba inadvertida.
Con demasiada facilidad se dan por supuestas las cosas, y tendría que ser al revés: no dejar nunca de preguntarse por nuestro mundo cotidiano. La vida debe estar atravesada por unos ojos que sepan descubrir en lo que ya es conocido una novedad ilusionadora.
Todas estas riqueza interiores no se improvisan, sino que su conquista se alcanza después de un largo trayecto lleno de dificultades, pero una vez conquistadas perfuman con su aroma toda la existencia humana.
La autoestima, tan olvidada por muchos y tan mal interpretada por otros, es otro aspecto importante para la admiración. Enorgullecerse no es el objetivo, claro está, de la autoestima. Pero ser agradecidos de la propia vida, eso sí. El que agradece, disfruta con la realidad agradecida. Quien sonríe a la vida, la vida termina sonriéndole. La felicidad no está en disfrutar de situaciones especiales, sino en la buena disposición de ánimo. Está en nuestro interior la clave de la felicidad. Esto es necesario repetirlo una y otra vez, porque obsesivamente tendemos a buscar la felicidad fuera de nosotros, y por muchos que sean los esfuerzos no la encontraremos, por el simple hecho de que no está ahí.